lunes, 22 de abril de 2013

SÓLO SE ENTRA A TRAVÉS DE AQUELLA PUERTA QUE SE LLAMA JESÚS

HOMILÍA PAPA FRANCISCO, fragmentos
IV Domingo de Pascua, 21 abril 2013 

Jn, 10,27-30

El Evangelio del Buen Pastor con Jesús que se define “la puerta de las ovejas” estuvo al centro de la homilía del Papa Francisco, esta mañana, en la Misa celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta. En esta oportunidad participaron algunos empleados de la Sala de Prensa Vaticana, con su director, el padre Federico Lombardi y el vicedirector, padre Ciro Benedettini, así como un grupo de técnicos de Radio Vaticano que trabajan en el Centro transmisor de Santa María di Galeria, de las afueras de Roma.

En el Evangelio propuesto por la liturgia del día, Jesús dice que quien no entra en el corral de las ovejas por la puerta, no es el pastor. La única puerta para entrar en el Reino de Dios, para entrar en la Iglesia – afirmó el Papa - es Jesús mismo. “Quien no entra en el corral de las ovejas por la puerta, sino por otra parte, es un ladrón o un asaltante”. Es “uno que quiere aprovecharse” – dijo el Pontífice – es uno que “quiere treparse”:
“También en las comunidades cristianas existen estos trepadores, ¿no?, que buscan lo suyo… y consciente o inconscientemente aparentan entrar pero son ladrones y asaltantes. ¿Por qué? Porque roban la gloria a Jesús, quieren la propia gloria y esto es lo que decía a los fariseos: ‘Ustedes se glorifican unos a otros …’. Una religión un poco como negocio, ¿no? Yo te glorifico y tú me glorificas. Pero estos no han entrado por la puerta verdadera. La puerta es Jesús y quien no entra por esta puerta se equivoca. Y ¿cómo sé que la puerta verdadera es Jesús? ¿Cómo sé que esa puerta es aquella de Jesús? Pero, toma las Bienaventuranzas y haz aquello que dicen. Sé humilde, sé pobre, sé manso, sé justo …”.

“Jesús – prosiguió el Papa - no solo es la puerta: es el camino, es la vía. Existen tantos senderos, quizás más convenientes para llegar”: pero son “engañosos, no son verdaderos: son falsos. El camino es solo Jesús”:
“Pero alguno de ustedes dirá: ‘Padre, ¡usted es un fundamentalista!’. No, simplemente Jesús ha dicho esto: ‘Yo soy la puerta’, ‘Yo soy el camino’ para darnos la vida. Simplemente. Es una puerta bella, una puerta de amor, es una puerta que no nos engaña, no es falsa. Siempre dice la verdad. Pero con ternura, con amor. Pero nosotros siempre hemos hecho aquello que ha sido el origen del pecado original, ¿no? Tenemos ganas de tener la llave de interpretación de todo, la llave y el poder de tomar nuestro rumbo, cualquiera que sea, de encontrar nuestra puerta, cualquiera esa sea ”.

“A veces – afirmó el Papa - tenemos la tentación de ser demasiado dueños de nosotros mismos y no humildes hijos y siervos del Señor”:
“Y esta es la tentación de buscar otras puertas u otras ventanas para entrar en el Reino de Dios. Solo se entra a través de aquella puerta que se llama Jesús. Solo se entra a través de aquella puerta que nos conduce por un camino que es un camino que se llama Jesús y nos conduce a la vida que se llama Jesús. Todos aquellos que hacen otra cosa – dice el Señor – que trepan para entrar por la ventana, son ‘ladrones y asaltantes’. El Señor es simple. No habla un lenguaje difícil: Él es simple”.
Por último el Papa invitó a pedir “la gracia de tocar siempre aquella puerta”:
“A veces está cerrada: estamos tristes, estamos desconsolados, tenemos problemas en tocar, tocar aquella puerta. No vayan a buscar otras puertas que parecen más fáciles, más cómodas, más accesibles. Siempre aquella: Jesús. Y Jesús no desilusiona jamás, Jesús no engaña, Jesús no es un ladrón, no es un asaltante. Ha dado su vida por mí: cada uno de nosotros debe decir esto: ‘Y tú que has dado la vida por mí, por favor, abre, para que pueda entrar’”.
©NEWS.VA
The Vatican Today

Imagen:  ©Galilea 2012

lunes, 15 de abril de 2013

Anunciar el Evangelio con testimonio de vida

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HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica de San Pablo Extramuros
III Domingo de Pascua, 14 de abril de 2013

Queridos Hermanos y Hermanas:
Me alegra celebrar la Eucaristía con ustedes en esta Basílica. Saludo al Arcipreste, el Cardenal James Harvey, y le agradezco las palabras que me ha dirigido; junto a él, saludo y doy las gracias a las diversas instituciones que forman parte de esta Basílica, y a todos vosotros. Estamos sobre la tumba de san Pablo, un humilde y gran Apóstol del Señor, que lo ha anunciado con la palabra, ha dado testimonio de él con el martirio y lo ha adorado con todo el corazón. Estos son precisamente los tres verbos sobre los que quisiera reflexionar a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado: anunciar, dar testimonio, adorar.

1. En la Primera Lectura (Hech 5,27-33) llama la atención la fuerza de Pedro y los demás Apóstoles. Al mandato de permanecer en silencio, de no seguir enseñando en el nombre de Jesús, de no anunciar más su mensaje, ellos responden claramente: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Y no los detiene ni siquiera el ser azotados, ultrajados y encarcelados. Pedro y los Apóstoles anuncian con audacia, con parresia, aquello que han recibido, el Evangelio de Jesús. Y nosotros, ¿somos capaces de llevar la Palabra de Dios a nuestros ambientes de vida? ¿Sabemos hablar de Cristo, de lo que representa para nosotros, en familia, con los que forman parte de nuestra vida cotidiana? La fe nace de la escucha, y se refuerza con el anuncio.

2. Pero demos un paso más: el anuncio de Pedro y de los Apóstoles no consiste sólo en palabras, sino que la fidelidad a Cristo entra en su vida, que queda transformada, recibe una nueva dirección, y es precisamente con su vida con la que dan testimonio de la fe y del anuncio de Cristo. En el Evangelio (Jn 21, 1-19), Jesús pide a Pedro por tres veces que apaciente su grey, y que la apaciente con su amor, y le anuncia: «Cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras» (Jn 21,18). Esta es una palabra dirigida a nosotros, los Pastores: no se puede apacentar el rebaño de Dios si no se acepta ser llevados por la voluntad de Dios incluso donde no queremos, si no hay disponibilidad para dar testimonio de Cristo con la entrega de nosotros mismos, sin reservas, sin cálculos, a veces a costa incluso de nuestra vida. Pero esto vale para todos: el Evangelio ha de ser anunciado y testimoniado. Cada uno debería preguntarse: ¿Cómo doy yo testimonio de Cristo con mi fe? ¿Tengo el valor de Pedro y los otros Apóstoles de pensar, decidir y vivir como cristiano, obedeciendo a Dios? Es verdad que el testimonio de la fe tiene muchas formas, como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; pero todos son importantes, incluso los que no destacan. En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad. Hay santos del cada día, los santos «ocultos», una especie de «clase media de la santidad», como decía un escritor francés, esa «clase media de la santidad» de la que todos podemos formar parte. Pero en diversas partes del mundo hay también quien sufre, como Pedro y los Apóstoles, a causa del Evangelio; hay quien entrega la propia vida por permanecer fiel a Cristo, con un testimonio marcado con el precio de su sangre. Recordémoslo bien todos: no se puede anunciar el Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida. Quien nos escucha y nos ve, debe poder leer en nuestros actos eso mismo que oye en nuestros labios, y dar gloria a Dios. Me viene ahora a la memoria un consejo que San Francisco de Asís daba a sus hermanos: predicad el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras. Predicar con la vida: el testimonio. La incoherencia de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, mina la credibilidad de la Iglesia.

3. Pero todo esto solamente es posible si reconocemos a Jesucristo, porque es él quien nos ha llamado, nos ha invitado a recorrer su camino, nos ha elegido. Anunciar y dar testimonio es posible únicamente si estamos junto a él, justamente como Pedro, Juan y los otros discípulos estaban en torno a Jesús resucitado, como dice el pasaje del Evangelio de hoy; hay una cercanía cotidiana con él, y ellos saben muy bien quién es, lo conocen. El Evangelista subraya que «ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor» (Jn 21,12). Y esto es un punto importante para nosotros: vivir una relación intensa con Jesús, una intimidad de diálogo y de vida, de tal manera que lo reconozcamos como «el Señor». ¡Adorarlo! El pasaje del Apocalipsis que hemos escuchado nos habla de la adoración: miríadas de ángeles, todas las creaturas, los vivientes, los ancianos, se postran en adoración ante el Trono de Dios y el Cordero inmolado, que es Cristo, a quien se debe alabanza, honor y gloria (cf. Ap 5,11-14). 

Quisiera que nos hiciéramos todos una pregunta: Tú, yo, ¿adoramos al Señor? ¿Acudimos a Dios sólo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también para adorarlo? Pero, entonces, ¿qué quiere decir adorar a Dios? Significa aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas. Cada uno de nosotros, en la propia vida, de manera consciente y tal vez a veces sin darse cuenta, tiene un orden muy preciso de las cosas consideradas más o menos importantes. Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir afirmar, creer – pero no simplemente de palabra – que únicamente él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia.

Esto tiene una consecuencia en nuestra vida: despojarnos de tantos ídolos, pequeños o grandes, que tenemos, y en los cuales nos refugiamos, en los cuales buscamos y tantas veces ponemos nuestra seguridad. Son ídolos que a menudo mantenemos bien escondidos; pueden ser la ambición, el carrerismo, el gusto del éxito, el poner en el centro a uno mismo, la tendencia a estar por encima de los otros, la pretensión de ser los únicos amos de nuestra vida, algún pecado al que estamos apegados, y muchos otros. Esta tarde quisiera que resonase una pregunta en el corazón de cada uno, y que respondiéramos a ella con sinceridad: ¿He pensado en qué ídolo oculto tengo en mi vida que me impide adorar al Señor? Adorar es despojarse de nuestros ídolos, también de esos más recónditos, y escoger al Señor como centro, como vía maestra de nuestra vida.

Queridos hermanos y hermanas, el Señor nos llama cada día a seguirlo con valentía y fidelidad; nos ha concedido el gran don de elegirnos como discípulos suyos; nos invita a proclamarlo con gozo como el Resucitado, pero nos pide que lo hagamos con la palabra y el testimonio de nuestra vida en lo cotidiano. El Señor es el único, el único Dios de nuestra vida, y nos invita a despojarnos de tantos ídolos y a adorarle sólo a él. Anunciar, dar testimonio, adorar. Que la Santísima Virgen María y el Apóstol Pablo nos ayuden en este camino, e intercedan por nosotros.
Así sea.
© Copyright 2013 - Libreria Editrice Vaticana


El Papa durante la homilía | Foto: EFE
http://www.vatican.va/holy_father/francesco/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130414_omelia-basilica-san-paolo_sp.html
 

lunes, 8 de abril de 2013

PAPA FRANCISCO


Su Santidad Papa Francisco, nuevo sucesor de San Pedro y cabeza de la Iglesia, es el Papa número 266 de la Iglesia Católica y Jefe de Estado del Vaticano, fue elegido por el cónclave de Cardenales el 13 de marzo de 2013, por inspiración del Espíritu Santo.
Nacido en Buenos Aires, Argentina, el 17 de diciembre de 1936, fue bautizado con el nombre de Jorge Mario Bergoglio, hijo de inmigrantes italianos radicados en Argentina.
Se graduó en Ciencias Químicas en Buenos Aires, pero optó por los estudios eclesiásticos y el 11 de marzo de 1958 ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús.
Estudió Humanidades en Chile y en 1960, de regreso en la capital argentina, obtuvo la licenciatura en Filosofía en el Colegio del Salvador y más tarde, la de Teología en el Colegio Máximo de San Miguel.
Ejerció como profesor de Literatura y Psicología. El 13 de diciembre de 1969 fue ordenado sacerdote.
El 22 de abril de 1973 hizo los votos perpetuos en la Compañía de Jesús, orden en la que ocupó diversas responsabilidades como la de maestro de novicios, profesor en la Facultad de Teología, consultor de la Provincia y rector del Colegio Máximo.
De 1973 a 1979 fue provincial de Argentina y como tal fue enviado a Alemania, de donde pasó a la iglesia de la Compañía, de la ciudad de Córdoba, como director espiritual y confesor.
El 20 de mayo de 1992 fue designado por Juan Pablo II obispo titular de Auca y obispo auxiliar de Buenos Aires, sede en la que en junio de 1997 fue promovido a arzobispo coadjutor.
Desde el 28 de febrero de 1998 S.E. Monseñor Bergoglio se desempeñó como Arzobispo de Buenos Aires y Primado de Argentina, siendo el primer sacerdote de la Compañía de Jesús que ocupaba la sede primada de ese país.
El 21 de febrero de 2001 fue creado Cardenal en el octavo consistorio convocado por Juan Pablo II y recibió la birreta roja y el título de San Roberto Belarmino.
S.E. Mons. Jorge Mario Bergoglio ocupó, hasta marzo 2013, la vicepresidencia de la Conferencia Episcopal Argentina y como miembro de la Comisión Ejecutiva de la misma, formaba parte de la Comisión Permanente en representación de la Provincia Eclesiástica de Buenos aires e integraba además las comisiones episcopales de Educación Católica y de Pastoral Social.
Ha sido Gran Canciller de la Universidad Católica de Argentina y en la Santa Sede formaba parte de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos y de la Congregación para el Clero.

Su Santidad Papa Francisco
la Iglesia Católica en Ecuador,
la Conferencia Episcopal Ecuatoriana,
el pueblo católico de Ecuador,
te saludamos y deseamos bendiciones en tu Pontificado

¡Todos en oración por el Nuevo Sumo Pontífice!